Vivir en la ciudad de México no significa que todos los días pases por el Ángel de la Independencia y te persignes frente a la Villa. Lo que si es un hecho es que en una ciudad tan grande como esta, frecuentas ciertas zonas por temporadas y luego simplemente dejas de hacerlo. Los motivos, son infinitos, pero por lo general sucede cuando cambias de escuela, trabajo o aficiones. Esta vez regresé al Centro Histórico, un miércoles muy temprano, como cuando iba a la Universidad.
Muy cerca de la esquina con Mesones estuvo el primer café de chinos en el que comí. Era el Café Bolívar y lo atendían cuatro simpáticas señoras. La encargada de la caja era la única oriental y el resto tenían cara de mazahuitas entradas en años.
A los tres días de haber entrado a la Universidad, atravesé el umbral y pedí el menú de comida corrida, que no era ninguna maravilla, pero en esa época resultaba lo más económico y llenador. Un año después, el Café Bolívar ya era un punto de reunión. Inconscientemente combatía la nostalgia con unos fideos chinos y un choux (pan suave relleno de crema pastelera). Me emocionaba creerle al papelito de la galleta de la suerte y lo mejor era tener un lugar del que no te corrían o veían feo por pasar horas hablando de todo y de nada frente un café con leche.
Juntaban las cuentas semanalmente, recolectaban objetos olvidados y las propinas que dejábamos nos delataban como estudiantes, por más intelectuales y de mundo que quisiéramos lucir. La onda de tener un café de reunión (¡ajá! como Les Deux Magots), nos hacia sentir como los intelectuales parisinos, las pláticas distaban mucho de ser profundas pero eran entretenidas (a esa edad eres tan ingenuo y buscas el hilo negro en cada conversación) y el que las meseras te reconocieran, además de saber tu plato habitual, te hacía sentir importante.
Durante el tercer semestre de la carrera, nos avisaron que ya no tendríamos más café. El dueño del local, había decidido vender el edificio a una Fundación que rescataría el Centro Histórico y lo volvería habitacional. Un día antes de del cierre, tomamos nuestra última taza y les deseamos buena suerte a las que por casi dos años nos adoptaron como fauna cotidiana del lugar.
Pagamos nuestras deudas atrasadas, hicimos planes fantásticos para buscar un local barato y tratamos de no ponernos tristes, pues la realidad era que cerrarían nuestro lugar para siempre.
Una pesada cortina de hierro había sellado una etapa en nuestras vidas. Durante los siguientes meses buscamos acomodarnos en otros lugares, sobra decir que no fue lo mismo. A las meseras, aunque dijeron que buscarían trabajo por el rumbo, nunca las volvimos a ver.
Muy cerca de la esquina con Mesones estuvo el primer café de chinos en el que comí. Era el Café Bolívar y lo atendían cuatro simpáticas señoras. La encargada de la caja era la única oriental y el resto tenían cara de mazahuitas entradas en años.
A los tres días de haber entrado a la Universidad, atravesé el umbral y pedí el menú de comida corrida, que no era ninguna maravilla, pero en esa época resultaba lo más económico y llenador. Un año después, el Café Bolívar ya era un punto de reunión. Inconscientemente combatía la nostalgia con unos fideos chinos y un choux (pan suave relleno de crema pastelera). Me emocionaba creerle al papelito de la galleta de la suerte y lo mejor era tener un lugar del que no te corrían o veían feo por pasar horas hablando de todo y de nada frente un café con leche.
Juntaban las cuentas semanalmente, recolectaban objetos olvidados y las propinas que dejábamos nos delataban como estudiantes, por más intelectuales y de mundo que quisiéramos lucir. La onda de tener un café de reunión (¡ajá! como Les Deux Magots), nos hacia sentir como los intelectuales parisinos, las pláticas distaban mucho de ser profundas pero eran entretenidas (a esa edad eres tan ingenuo y buscas el hilo negro en cada conversación) y el que las meseras te reconocieran, además de saber tu plato habitual, te hacía sentir importante.
Durante el tercer semestre de la carrera, nos avisaron que ya no tendríamos más café. El dueño del local, había decidido vender el edificio a una Fundación que rescataría el Centro Histórico y lo volvería habitacional. Un día antes de del cierre, tomamos nuestra última taza y les deseamos buena suerte a las que por casi dos años nos adoptaron como fauna cotidiana del lugar.
Pagamos nuestras deudas atrasadas, hicimos planes fantásticos para buscar un local barato y tratamos de no ponernos tristes, pues la realidad era que cerrarían nuestro lugar para siempre.
Una pesada cortina de hierro había sellado una etapa en nuestras vidas. Durante los siguientes meses buscamos acomodarnos en otros lugares, sobra decir que no fue lo mismo. A las meseras, aunque dijeron que buscarían trabajo por el rumbo, nunca las volvimos a ver.
5 comentarios:
que apreciable sitio, sin duda alguna Usted es la clase de gente que debería inhundar el distrito federal, no esa gente que se desprecia a nivel nacional, se que mi sitio es para dar opinion publica a los chilangos pero, sin duda alguna Usted es de las personas que merecen mi respeto. Animo y siga adelante que Usted si es una persona inteligente!.
www.fuerachilangos.blogspot.com
Estoy totalmente seguro de que Usted es una persona INTELIGENTE, le felicito por su blog, desafortunadamente en la ciudad que vive nos llaman como gente de "provincia" y últimamente se ha visto demasiaso defeño por acá en mi ciudad, nos denigran y hasta nos insultan, no se para que vienen si no hacen mas que mal... Usted al contrari es una persona que sabe plasmar sus ideas y le felicito, www.fuerachilangos.blogspot.com
Estimado Haz Patria
Sé que hay personas que sin importar su lugar de origen actúan de forma patética y cruel. Los motivos se reducen a ignorancia, inconciencia o de plano la falta de un cromosoma. Me declaro una ciudadana del mundo y celebro a la gente del campo, de la ciudad, del desierto, del mar. Lo importante es aceptarnos en la diversidad y aprender lo más que podamos. El respeto y el justo valor a las ideas de los otros es lo que nos hará recuperar nuestra calidad humana. Hay que dejar atrás el resentimiento (yo fuí muy renconrosa en otra época). Saludos y gracias por dejar tu opinión.
Gloriosos tiempos... efectivamente tal vez lo más ausente ahora sea esa ingenuidad que en efectos nos hacía felices. Creo.
CAHERZO.Recordar, es una dosis de lo mejor o lo peor de uno mismo. Lo importante es usar esa valiosa información como clave de nuestro siguiente paso en la vida.
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