Ayer por la tarde me dí el lujo de tomar una siesta en mi sagrada casita, sin embargo me despertó un ruido estridente acompañado de un olor particular. Camotes y platanos asados. No es albur, es tradición gastronómica andante. Muy mexicana y particularmente escandalosa.
Me asomé a la ventana con emociones encontradas. Pocas veces puedo echar un sueñito, pero después del sobresalto apareció el antojo.
Me debatía entre acostarme de nuevo o bajar en pantuflas por un platanito asado. Pensé un rato, me dió el fijo (que consiste en perder la mirada y la conciencia durante algunos segundos mientras se contempla algo) Recordé cuando mi abuela América nos ofrecía una abundante porción de platanitos con crema de Ocosingo, café de la olla y frijoles refritos (extraña combinación, con un sabor poderoso) aquellas eran las cenas comunes en la cañada de la selva.
Volví a pensar, me tallé los ojos y no quise decepcionarme. Me acosté de nuevo, el olor se mantuvo durante unos minutos más. Traté de recuperar el sueño, no pude. Me senté frente al televisor apagado y pensé en el vendedor, en como sería su vida, en lo difícil que debía ser vender ese tipo de productos en una ciudad como esta. Sonó el silbido, pero ahora se alejaba, una mezcla de rumor citadino acabó por mitigar el rastro. Pronto todo fue calma.
Volví a divagar. Regresé al personaje, imaginé que aun tenía clientes y por eso seguía su ronda por las calles. Poca pero selecta clientela que probablemente es la misma que aun está pendiente del afilador o que espera pacientemente al zapatero, para dejar en sus manos la renovación de un par de zapatos que pueden seguir andando.
Me asomé a la ventana con emociones encontradas. Pocas veces puedo echar un sueñito, pero después del sobresalto apareció el antojo.
Me debatía entre acostarme de nuevo o bajar en pantuflas por un platanito asado. Pensé un rato, me dió el fijo (que consiste en perder la mirada y la conciencia durante algunos segundos mientras se contempla algo) Recordé cuando mi abuela América nos ofrecía una abundante porción de platanitos con crema de Ocosingo, café de la olla y frijoles refritos (extraña combinación, con un sabor poderoso) aquellas eran las cenas comunes en la cañada de la selva.
Volví a pensar, me tallé los ojos y no quise decepcionarme. Me acosté de nuevo, el olor se mantuvo durante unos minutos más. Traté de recuperar el sueño, no pude. Me senté frente al televisor apagado y pensé en el vendedor, en como sería su vida, en lo difícil que debía ser vender ese tipo de productos en una ciudad como esta. Sonó el silbido, pero ahora se alejaba, una mezcla de rumor citadino acabó por mitigar el rastro. Pronto todo fue calma.
Volví a divagar. Regresé al personaje, imaginé que aun tenía clientes y por eso seguía su ronda por las calles. Poca pero selecta clientela que probablemente es la misma que aun está pendiente del afilador o que espera pacientemente al zapatero, para dejar en sus manos la renovación de un par de zapatos que pueden seguir andando.
Extraño al vendedor de nieves con sus campanitas, al señor de las manzanas acarameladas, la viejita con su canasta llena de pan de elote y los algodones de azúcar a domicilio.
Seguramente ya me habría dado un coma diabético, pero un buen menjurje de la Botica “ La Fraternidad” me habría salvado.
PD. La Fraternidad es el nombre la antigua Botica del Dr. Belisario Dominguez, que aun se puede ver en la Casa-Museo localizada en el municipio de Comitán, Chiapas.
PD. La Fraternidad es el nombre la antigua Botica del Dr. Belisario Dominguez, que aun se puede ver en la Casa-Museo localizada en el municipio de Comitán, Chiapas.