Por la mañana tuve que padecer lo inevitable: Mi visita al dentista.
A pesar de haberlo postergado lo más que pude, por trabajo, tertulias o cualquier otro pretexto. Hoy no tuve más remedio que ir.
Es horrible el olor y el sonido. No puedo describir ni una sola experiencia placentera en mis visitas odontológicas. Cuando la doctora se asomó a mi cavidad bucal, hizo una expresión de “no es tan grave” pero sin decir nada me inyectó la encía y comenzó la tortura (más sicológica que física, pues la neta no sentí nada más que el terrible piquete inicial)
Traigo tres curaciones y mañana terminará el trabajo (sentí que estaba tratando con una asesina a sueldo y no con una profesional de las caries)
Así que esto aun no ha terminado. Lo que más me duele es no comer bien (vaya que tengo buen diente, literalmente hablando) y pensar que utilizaré de nuevo los paladares (cuando la doctora les diga que los dientes tiene memoria, háganle caso) podría añadir que aparte de la buena memoria, los dientes también guardan rencores.
Tengo hambreeeeeeeeeeeeeee.