Nadie estaba mirando, no hubo testigos de la acción.
No era el primer intento. En cierta ocasión un teporochito de actitud segura y aliento indescriptible estuvo a punto de llevárselo. Pero lo caché:
-¡Eh! compadre... Eso es mio.
-Perdón, es que yo también dejé uno por aquí.
-Seguro será en otro árbol, a esta hora de la mañana uno se confunde.
-Debe estar más allá... Seguro...
Mientras el teporochito se alejaba tambaleante, dejé de correr y me fui.
Lo de hoy, supera al intruso etílico en busca de hidratación gratuita.
La primera vuelta resulto normal, el envase estaba en su lugar. Me detuve a beber en la segunda vuelta al circuito. Ya iba por la tercera cuando noté que dos ardillas subían y bajaban por el tronco del árbol donde estaba mi líquido. En la cuarta vuelta baje el paso pues la escena era curiosa: La ardilla parda montaba guardia a un lado de la botella, mientras la ardilla negra olisqueba cerca del envase.
Seguí adelante, no sin pensar en la posibilidad de que esos animalitos al estar tan cerca de la boquilla podrían contaminarla y contagiarme de algún extraño y apocalíptico mal (pasó por mi cabeza ya no beber del chupón sino abrirla totalmente) La última vuelta llegó y al buscar el gatorade (detrás del cuarto árbol a la altura del anuncio de 800 mts) ya no estaba.
Hipótesis posibles:
1. Las ardillas evolucionaron a tal grado que los cacahuates ya no son suficientes y consumen bebidas isotónicas para erigirse como la siguiente especie que dominará el planeta.
2. No soy la única que usa el escondite del tronco y algún despistado atleta agarró la botella sin darse cuenta y como dice mi abuelita: Ya sabe mis secretos (por aquello de tomar de la misma botella)
3. O, esta vez... Mi compadre el teporochito me madrugó (y además, sabe mis secretos)