jueves, 8 de septiembre de 2011

Taximetro


Hace 15 días, antes de llegar al cruce que une Mixcoac con Insurgentes, la luz roja hizo que el coche y la plática se detuvieran de golpe.


Ese sábado, mi amiga Masielle era la conductora designada después de un largo entrenamiento y yo venía de copiloto. Masielle me señaló el coche que se había detenido junto a nosotros, era un taxi, un vochito para ser precisa. Lo interesante de ese coche no era que la pintura verde del antiguo taxi ecológico sobresaliera por los bordes al horroroso vino y dorado que ahora es el color oficial de ese medio de transporte. Lo que llamó nuestra atención fue que el conductor un hombre de cara redonda y tez morena, aprovechó el alto, para soltarse a llorar.


Masielle y yo transformamos la expresión sabatina de endorfinas y nos preguntarnos cuál sería el motivo de aquel hombre para llorar tan amargamente. Cuándo llegó la luz verde, aun con un dejo de tristeza no quedó de otra que seguir nuestro camino. Además no sé cómo hubiera tomado aquel hombre que dos extrañas le preguntaran que le pasaba ( y nunca lo sabremos)


Han pasado dos semanas y no he dejado de pensar en las lágrimas que caían sobre las redondas mejillas de aquel taxista. De camino al pan (si, voy por pan dulce y ¿qué?) saqué el tema del taxista sollozante, Luis me escuchó con la paciencia de siempre y estas fueron mis hipótesis.


Al taxista lo llamaré José, en honor a una frase que dijo una querida maestra: “Hay que darle alma a los oficios poniéndole nombre al carpintero”

  1. José recibió una llamada a su celular, el enlace fue corto, la señorita que le llamó solo le dijo: Tiene que ir al SEMEFO a reconocer a su hermano. José colgó justo en el alto y se puso a llorar de impotencia y tristeza.
  2. José había trabajado doble turno para poder juntar la mensualidad del departamento que compró a crédito, sin embargo ni trabajando los 7 días a la semana sin descanso, podría pagar la deuda acumulada. Al ponerse la luz roja lloró de coraje y amargura.
  3. José venía de la clínica de Mixcoac, sus análisis mostraban un tumor de consistencia extraña en el costado izquierdo de su estomago. Debía esperar que la biopsia que le confirmara la enfermedad de la que había muerto su padre. Él le tenía miedo a la muerte, detenerse y desahogarse aunque fuera por unos minutos le permitió mantener la calma.


Hoy no fui por pan, pero aun tengo curiosidad de saber porqué lloraba el taxista, que ahora se llama José.