sábado, 31 de diciembre de 2011

Mercado San Juan

~¿A cuánto la caja? dijo el chaparrito
~Subió el dólar pero... Por ser para ti, lo dejo en precio; contestó el gordito.

9 cajas de cangrejo de Alaska se habían negociado sobre la banqueta de la calle Ernesto Pugibet a la altura del número 21, eran casi las diez de la mañana. A las 10:07, ya estaba regateando en los pasillos del mercado San Juan.

No soy lo que podría considerarse un modelo femenino con habilidades culinarias, soy más bien una aguda compradora de materias primas. Conozco los precios, regateo y puedo sostener una "pockerface" respecto a la calidad del producto en cuestión.

Tenía toda la intención de mantenerme en el presente, concentrada en las especias, los chiles secos y las semillas. Pero fue en ese momento, en el que creí venir de la mano de mi abue Celia escogiendo ingredientes para su mole o comprando el piloncillo para la miel de canela para las hojuelas.

Seguí caminando en el presente cuando escuché el primer "güerita” (ajá, ahí está la falsedad, con tal de vender, el color de piel es lo de menos)
~ ¿Qué va a llevar?, hay conejo, lechón, venado y si quiere algo pa' el fin del mundo tenemos cocodrilo y león.

No sé que cara me habrá visto que se dio la vuelta y atacó a otra "güerita "del mismo tono que el mío. A pesar de estar tentados por lo exótico del panorama, no era el momento de experimentar con carnes que nuestro sistema digestivo no está acostumbrado a procesar.

Cortes de venado, jabalí y cocodrilo por un lado. Erizos, moluscos extravagantes y langostas asomaban por las esquinas del área de pescados.

Más adelante, los pavos, codornices y gallinas degolladas saturaban los mostradores.


Cabritos, conejos y lechones eran los que tenían más demanda, no paraban de pesarlos, limpiarlos cortarlos y darle cada cliente el tradicional morral, regalito de fin de año por su compra.
Toda la proteína animal existente estaba reunida en aquel sitio. Podía pedir cualquier cosa y lo tenían.

Sé que habrá de leerme algún vegetariano y dirá que no es humano comer nada con ojos (yo respeto, pero justo en este momento de mi vida una dieta verde sería mortal) Por eso quiero aclarar que esta entrada se trata de un mercado, de los viejos mercados. De lo que comemos buena parte de los mexicanos, de la cena de fin de año. De aquellos ingredientes que hacen de la comida algo más que un mero trámite alimentario.

Ya de salida me topé con las frutas y verduras, algunas que jamás había visto en vivo (solo las había visto en la tele o en películas) Compré unas setas que están tan bonitas que no sé si cocinarlas o seguirlas contemplando. Y claro, cómo me iba del mercado sin las uvas, y para no usar adjetivos inútiles, basta decir que encontré unas dignas de bodegón victoriano a solo $50 pesos el kilo, escuchó bien 50 y sin semilla.