Muy cerca de la esquina con Mesones estuvo el primer café de chinos en el que comí. Era el Café Bolívar y lo atendían cuatro simpáticas señoras. La encargada de la caja era la única oriental y el resto tenían cara de mazahuitas entradas en años.
A los tres días de haber entrado a la Universidad, atravesé el umbral y pedí el menú de comida corrida, que no era ninguna maravilla, pero en esa época resultaba lo más económico y llenador. Un año después, el Café Bolívar ya era un punto de reunión. Inconscientemente combatía la nostalgia con unos fideos chinos y un choux (pan suave relleno de crema pastelera). Me emocionaba creerle al papelito de la galleta de la suerte y lo mejor era tener un lugar del que no te corrían o veían feo por pasar horas hablando de todo y de nada frente un café con leche.
Juntaban las cuentas semanalmente, recolectaban objetos olvidados y las propinas que dejábamos nos delataban como estudiantes, por más intelectuales y de mundo que quisiéramos lucir. La onda de tener un café de reunión (¡ajá! como Les Deux Magots), nos hacia sentir como los intelectuales parisinos, las pláticas distaban mucho de ser profundas pero eran entretenidas (a esa edad eres tan ingenuo y buscas el hilo negro en cada conversación) y el que las meseras te reconocieran, además de saber tu plato habitual, te hacía sentir importante.
Durante el tercer semestre de la carrera, nos avisaron que ya no tendríamos más café. El dueño del local, había decidido vender el edificio a una Fundación que rescataría el Centro Histórico y lo volvería habitacional. Un día antes de del cierre, tomamos nuestra última taza y les deseamos buena suerte a las que por casi dos años nos adoptaron como fauna cotidiana del lugar.
Pagamos nuestras deudas atrasadas, hicimos planes fantásticos para buscar un local barato y tratamos de no ponernos tristes, pues la realidad era que cerrarían nuestro lugar para siempre.
Una pesada cortina de hierro había sellado una etapa en nuestras vidas. Durante los siguientes meses buscamos acomodarnos en otros lugares, sobra decir que no fue lo mismo. A las meseras, aunque dijeron que buscarían trabajo por el rumbo, nunca las volvimos a ver.