Es ocioso seguir hablando de lo que el viento se llevó. Pero leyendo todos los papeles que firmé el día de hoy (hasta estampé huellas digitales junto a mi rúbrica) y con la plena conciencia de que estaba oficialmente divorciada de un trabajo en el que me la pasé los últimos 4 años con 11 meses (2161 días laborados de acuerdo al reporte que me entregó administración) de ahora en adelante doy por terminado el asunto y me entrego a la ficción.
Hace unos días volé papalotes, comí tamarindos y hablé con un grillo. Salté el arco iris y tomé prestada la luna.
Los ciudadanos se preguntaban si devolvería el astro a su lugar. Sabían que estaba en buenas manos, sin embargo extrañaban que apareciera cada noche a iluminar sus tardes invernales. La nostalgia los llevó a escribirme la siguiente carta:
Estimada señorita
Mucho le agradeceremos devolver cuanto antes nuestro amado satélite, conocemos la pérdida que ha sufrido y hemos sido comprensivos. Sin reclamo, intimidación o costo alguno hemos permitido que se llevase la luna.
Sabemos que pronto recuperará el brillo perdido, para eso hemos contratado a profesionales atrapa-luciérnagas que harán un canje con usted antes de que la tarde del día de mañana caiga.
Atentamente
H. Consejo de ciudadanos
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A las 5 de la tarde de hoy, devolví la luna. Regresé a casa por el camino largo y liberé a los bichitos luminosos que revoloteban dentro del frasco del intercambio. Ya no necesitaba fuentes artificiales de luz. Me había vuelto fluorescente.
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