La simple idea de trasladarse de un punto a otro en esta ciudad puede ser un calvario o un espacio de ocio creador (siempre y cuando uno no maneje) Los recorridos suponen una especie viaje. No importa si se trata del lugar en el que siempre has vivido. Todo desplazamiento representa descubrimiento. Por eso creo muy importante mantenerse en movimiento (teórica y literalmente)
Hoy decidí hacer una larga travesía en metro (no pienso perder cuatro horas de mi vida al volante en medio del tráfico) preparé mi kit del viajero citadino (aquel que cruza la ciudad por remuneración económica)
- iPod en la bolsa derecha de la chamarra, prendido y en aleatorio para no sacarlo innecesariamente.
- Libro en la bolsa delantera de la mochila.
- “lonche” yogurt, agua, fruta y sobras varias.
- Un sueter y si es necesario hasta bufanda (Ma, lo entendí casi 15 años después puedes estar orgullosa)
- Una bolsita con cepillos de dientes, pasta dental, carmex, crema para manos y pañuelos desechables (neta)
- Lentes de sol, para el tramo de caminata (y no perder el estilo)
- Tenis (a veces el calzado marca la diferencia entre un buen y un mal día)
- Monedas y tarjeta del metro en la bolsa delantera de los jeans.
Estoy a tiempo en mi recién estrenado trabajo. “La mano de la buena fortuna” de Goran Petrovic, es la lectura más acertada que pude elegir para mi nueva ruta. Es viernes y el clima va mejorando. El aroma de te verde con naranja inunda mi escritorio y voy recuperando energía con las sobritas de la semana. Hay días en los que sonreír es más fácil aunque no pase nada especial.