La culpa la tengo yo por haberte amado tanto,
Pero las olas del mar, consolando están mi llanto,
Soy presa de este aposento solo por quererte amar,
Oigo las olas del mar que no cesan ni un momento
Fragmento Son Jarocho (interpretado por Son de Madera)
Veracruz, es parte de mi educación sentimental, gastronómica y musical. De niña, visitar a los tíos, la comida del mar y bajar al puerto eran de las mejores cosas que podían suceder en unas vacaciones.
Tiempo después (ya había cumplido los veintitantos) regresé y noté que los sones y las décimas me provocaban nostalgia y agridulce felicidad. Lo descubrí durante un fin de semana en el que Luis y yo agarramos carretera. En algún lado, leímos de las fiestas mensuales que se hacían en el Puerto de Veracruz, en un lugar llamado El caSon.
Cuando llegamos al caSon, vecinos y familiares de los músicos nos recibieron como si fueramos parte del barrio. La entrada era gratis y más bien parecía una fiesta de viejos conocidos. Esa noche, todos los que estuvimos ahí, fuimos familia.
Dentro de la casa había toda clase de antojitos veracruzanos (harta picadita, así que hambre no pasamos) De repente apareció un tablado al centro del lugar y una pareja muy animada empezó a zapatear sin música (fue conmovedor); tras ellos apareció Mono Blanco, comenzaron a escucharse las jaranas, el requinto y las singulares quijadas de burro. Aquel fue mi primer fandango.
En un mundo tan sórdido, quiero pensar (o necesito hacerlo) que aun podemos ser capaces de transformar las desgracias cotidianas en esperanza, las carencias en zapateado y compartir sin importar idelogía, religión o condición social.
Oigo las olas del mar que no cesan ni un momento…