martes, 3 de junio de 2008

Un café por favor

Tarde de martes estival. El verano se mezcla con una estación inexistente originada por el cansancio de nuestra madre tierra. La lluvia acompañada de granizo empapa a los transeúntes que desesperados esquivan helados proyectiles.

Hoy, me puse ropa ligera y sandalias. Olvidé el paraguas y se fue la luz mientras escribía esta entrada. Me sumé a los peatones brincacharcos con desventajas evidentes.

Se me antoja un café, no me quita el sueño pero me pone hiperactiva. La piedra gira a más revoluciones de las que debería y es imposible poner la mente en blanco.

Quiero un café, pero no el café quemado de la oficina, ni el caro de una cadena trasnacional. Quiero el café que hace mi abuelita Celia, con canelita y filtro de tela. Quiero un pan de las “tufiadas” como les dicen en el barrio, un cuatro picos o un tolito. Puedo imaginarme el olor, pero el agua de lluvia sobre la ropa me despierta.

No habrá café, al menos no el de la abuelita. Pero sé que un buen té me va a devolver el calor del corazón y así evitaré el golpe de cafeína.

La ardilla anda melancólica, ni siquiera toma mucho café…Le gustan más las infusiones.

2 comentarios:

zocadiz dijo...

Yo también añoro la infancia: sin preocupaciones!! Y con vacaciones!!
Nos leemos.

América Gutiérrez dijo...

Es maravilloso recordar que en algún momento de la vida, tu mayor precupación fue tener que acabarte medio litro de crema de esparragos frente a la mirada inquisitiva de de tu madre o perderte las caricaturas por haber olvidado comprar una cartulina.

Por supuesto que nos seguimos leyendo.