
Estaba en la secundaria. Claudia se acercó a mí, traía un libro apretado contra su pecho.
-Aquí hay algo de lo que nos prohíben leer.
Nos fuimos a la parte de atrás del edificio, lo leí.
-No me gustó. Al final se casa y es feliz; eso no pasa.
Claudia, contestó molesta.
-No entendiste nada.
Me topé a Clarice Lispector casi una década después de este episodio adolescente, fue en la biblioteca del Claustro de Sor Juana. Aquel cuento prohibido se llamaba Mejor que arder, en el mismo tomo estaba La gallina, La partida del tren y La cena. A treinta años de su muerte, no pasa el tiempo por ella. Me reencontré con su literatura y ahí estaba la forma en la que quería escribir.
"La gallina se transformó en la dueña de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto” CL.
Me topé a Clarice Lispector casi una década después de este episodio adolescente, fue en la biblioteca del Claustro de Sor Juana. Aquel cuento prohibido se llamaba Mejor que arder, en el mismo tomo estaba La gallina, La partida del tren y La cena. A treinta años de su muerte, no pasa el tiempo por ella. Me reencontré con su literatura y ahí estaba la forma en la que quería escribir.
"La gallina se transformó en la dueña de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto” CL.
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