viernes, 15 de febrero de 2008

¡Está loco!... los balones no tienen nombre

Hace mucho tiempo me prometí a mi misma que no escribiría, comentaría o cualquier cosa parecida sobre cine; se supone que estoy interesada en hacerlo. En mi caso desde dos posiciones tan opuestas como satisfactorias: La producción y el guión.

Ayer fui a ver Sweeney Tood, la disfrute mucho a pesar del inconveniente de los diálogos cantados (me hicieron recordar a Bertold Brecht y pude concentrarme mejor en el conjunto) además, una película donde aparece Jhonny Deep en su estado más creepy, con los ojos delineados, ropa de época, manchones de sangre y dirigida por Tim Burton es sencillamente algo memorable.

Pero la película de la que quiero hablar es otra, una que vi hace dos semanas, antes de que mis horarios habituales se alteraran. No había tenido tiempo de aclarar todos los sentimientos que me había provocado, hace mucho no lloraba al final de una película (creo que la última fue: In the mood for love de Wong Kar Wai, a moco tendido). La vida de los otros (Das Leben der Anderen, Alemania) fue exhibida en el 2006, pero no tuve ocasión de verla en el cine. Pasaron dos años, antes de que pudiera llegar a mi DVD. Le he dado vueltas a lo que creo son los temas de esta película: La soledad, la lealtad y sobre todo el agradecimiento. Situada a principio de los años ochenta, cuando el régimen comunista de la antigua República Democrática Alemana, no imaginaba la caída del muro. Es en esa época en la que el poder permitía todo tipo de abusos, entre ellos la invasión de la intimidad. ¿Cómo te sentirías si alguien entrara a tu casa, pusiera micrófonos y escribiera un reporte hasta de tus actividades de cama? ¿Qué pasaría si la única persona en la que puedes confiar es alguien a quién no conoces, pero que te conoce muy bien?

La progresión dramatica del personaje principal el capitán Gerard Wiesler, oficial de la Stasi, es evidente y dirigida con precisión y oficio, notamos la transformación de este personaje simple en uno tremendamente complejo. Un hombre frío que se enfrenta a si mismo y ante lo que cree mientras le encomiendan “estar al pendiente” de una pareja de artistas.

No se las quiero contar, lastimaría la sutileza de esta opera prima, con la que el director y escritor Florian Henckel von Donnersmarck se lanzó a la aventura de hacer cine (lo cual le agradezco infinitamente) lo que si necesito hacer es compartir una secuencia, para que les dé ganas de verla.

Secuencia del elevador

Un hombre mira al vacío, toma un ascensor de un anónimo edificio habitacional del Este de Berlín en 1984. Justo antes del cierre de las puertas, rebota dentro un balón de fútbol, seguido de un niño. Se cierran las puertas. El ascensor comienza a moverse. El chico levanta la vista hacia el hombre y pregunta:

-¿Es cierto que trabaja para la Stasi?
El hombre responde bruscamente: ¿Quién lo dice?
-El chico contesta: Mi padre.
Tranquilo, el hombre prosigue: -Y, ¿cómo se llama…A mitad de la frase
-¿Quién?, quiere saber el chico.
Silencio unos momentos.
-¿Tu balón? pregunta el hombre con incredulidad en su voz, como si no pudiera creer que esas palabras salieron de su boca.

-¡Está loco! dice el chico, los balones no tienen nombre.

PD. Me gustaría saber que piensan los que han visto La vida de los otros. Pero insisto no conté más porque si no la han visto la echaría a perder. Soy feliz cuando puedo escapar al cine.


Por cierto vayan a ver Los Ladrones Viejos de Everado González, es un compañero y amigo que estrena su segundo largometraje documental, hay que llenar la sala este fin de semana, para que aguante mucho en cartelera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonita reseña, Deberías escribir un boletín.
L.