martes, 19 de febrero de 2008

La ciudad a medio día

Foto. Henri Cartier Bresson

Hoy, por azares del destino, tuve que hacer unas diligencias de trabajo fuera de la oficina. Me supo raro andar en la calle en horas de “laborables” y a pie. No recordaba muchos sonidos e imágenes característicos de esa hora (parecería que he estado encerrada, pero no, es mera nostalgia), como los puestos de vendedores de chacharitas a la salida de las escuelas (no pude resistir comprar unos fritos Cazares con limón), los apresurados padres, algunos abuelos y varias domésticas, haciendo fila y sin claxons (extraña cosa, pero creo que es por la amenazadora grúa que circunda la avenida Miguel Ángel de Quevedo) a la entrada de un colegio, un niño preescolar llorando por un helado, una tienda de instrumentos musicales en la que un joven enseña a un niño las notas en un teclado, un tío muy sonriente (tío, le decimos en Chiapas a los adultos mayores) enrollando metros y metros de manguera en una ferretería y las monjitas del convento de la esquina haciendo cola para las tortillas.

No es iconografía nocturna, definitivamente eran impresiones de medio día, debo reconocer que la iluminación no es la mejor y el sol pega duro. Pero es agradable ver escenas cotidianas en otro tono. Por esos mismo rumbos a la hora en la que usualmente salgo, la calle se llena de parejitas adolescentes recargadas en los muros de la primaria, de oficinistas afligidos por trepar a un pesero y de automovilistas hartos del volante. No importan si es de día o de noche, si vale la pena, voy juntando retratos urbanos que serenan mi espíritu.


PD. Quizá las imágenes que acabo de describir, no sean especialmente atractivas, pero debo admitir que toparme con esto, me puso contenta. Caminar, observar, escuchar y recuperar espacios es una agradable sensación, por más sencilla que resulte la escena.

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