En los años previos a los temibles treinta llegó a mis manos el primer libro de Haruki Murakami, Tokio Blues, Norwegian Wood, no sé si esto fue bueno o malo (tengo cierta obsesión por los procesos de creación como un parto, qué pasa tu primera vez, cómo es el camino, las frustraciones y los aciertos) lo que si es cierto, es que influyó en mi para convertirme en su asidua lectora, después vino Sputnik mi amor, Al sur de la frontera, al oeste del sol y recientemente Kafka en la orilla. Estoy consiente de que lo más sano es separar al autor y las condiciones de la escritura del valor de la obra literaria, la mayoría de las veces me dejo llevar por el sentimiento y la identificación. Eso fue lo que sucedió con Tokio Blues, recordé mi infancia y adolescencia, aunque lo que estaba leyendo sucedía del otro lado el mundo, la universalidad de Murakami es algo comparable al sentimiento que me provoca una película de Abbas Kiarostami o Wong Kar Wai. Creo que he vuelto mis ojos a oriente, hay algo que logra un continuo de paz en sus manifestaciones artísticas.
Algunos críticos, clasifican a este autor como un manipulador de sentimientos y a la novela como una especie de “educación sentimental” (se siente la ironía). Sin embargo creo que estos “altos lectores” (critucus impedidus talentus) olvidan que una buena narrativa no se abarata por haber alcanzado buenas ventas entre la población femenina del mundo (en México, sus ventas son como la de todos los libros, escasas).
Tokio Blues, es una novela previsible, sabes que va a pasar; a pesar de eso Murakami huye de lo pretencioso. ¿Un tema trillado? (pregúntenle Shakespeare de dónde sacó sus argumentos), lleno de personajes que todos conocemos, familia, amigos de la escuela, vecinos y fantasmas. Esta novela ejerce una fascinación difícil de explicar hasta haberla leído. No subestima al lector, al contrario lo deja explorar en bajos fondos, es una tragicomedia urbana. Los recuerdos y la memoria juegan un papel fundamental, hay cosas que nunca fueron como la recordamos y viceversa.
Creo que en el afán de encontrar respuestas en la hipermodernidad (imagino que una categoría así de chacala le sigue a la posmodernidad) el lector -entendido como sujeto receptivo- da por hecho que una buena lectura se acerca más lo indescifrable y lo ajeno; mientras que lo conmovedor se transforma en frívolo por tener un argumento sencillo. Alguien (entiéndase un afamado editor) me clasificó alguna vez como una lectora entusiasta, no sé si fue sarcástico, pero de que me gusta leer, me gusta y no por eso dejo de ser exigente.
La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.
Jorge Luis Borges
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