viernes, 2 de mayo de 2008

Un choux en la vitrina

Vivir en la ciudad de México no significa que todos los días pases por el Ángel de la Independencia y te persignes frente a la Villa. Lo que si es un hecho es que en una ciudad tan grande como esta, frecuentas ciertas zonas por temporadas y luego simplemente dejas de hacerlo. Los motivos, son infinitos, pero por lo general sucede cuando cambias de escuela, trabajo o aficiones. Esta vez regresé al Centro Histórico, un miércoles muy temprano, como cuando iba a la Universidad.

Muy cerca de la esquina con Mesones estuvo el primer café de chinos en el que comí. Era el Café Bolívar y lo atendían cuatro simpáticas señoras. La encargada de la caja era la única oriental y el resto tenían cara de mazahuitas entradas en años.

A los tres días de haber entrado a la Universidad, atravesé el umbral y pedí el menú de comida corrida, que no era ninguna maravilla, pero en esa época resultaba lo más económico y llenador. Un año después, el Café Bolívar ya era un punto de reunión. Inconscientemente combatía la nostalgia con unos fideos chinos y un choux (pan suave relleno de crema pastelera). Me emocionaba creerle al papelito de la galleta de la suerte y lo mejor era tener un lugar del que no te corrían o veían feo por pasar horas hablando de todo y de nada frente un café con leche.

Juntaban las cuentas semanalmente, recolectaban objetos olvidados y las propinas que dejábamos nos delataban como estudiantes, por más intelectuales y de mundo que quisiéramos lucir. La onda de tener un café de reunión (¡ajá! como Les Deux Magots), nos hacia sentir como los intelectuales parisinos, las pláticas distaban mucho de ser profundas pero eran entretenidas (a esa edad eres tan ingenuo y buscas el hilo negro en cada conversación) y el que las meseras te reconocieran, además de saber tu plato habitual, te hacía sentir importante.

Durante el tercer semestre de la carrera, nos avisaron que ya no tendríamos más café. El dueño del local, había decidido vender el edificio a una Fundación que rescataría el Centro Histórico y lo volvería habitacional. Un día antes de del cierre, tomamos nuestra última taza y les deseamos buena suerte a las que por casi dos años nos adoptaron como fauna cotidiana del lugar.

Pagamos nuestras deudas atrasadas, hicimos planes fantásticos para buscar un local barato y tratamos de no ponernos tristes, pues la realidad era que cerrarían nuestro lugar para siempre.

Una pesada cortina de hierro había sellado una etapa en nuestras vidas. Durante los siguientes meses buscamos acomodarnos en otros lugares, sobra decir que no fue lo mismo. A las meseras, aunque dijeron que buscarían trabajo por el rumbo, nunca las volvimos a ver.

martes, 29 de abril de 2008

Traseros cultos

Husmeando por la red, leí en el portal de la BBC que en España, la costumbre de leer en el baño tiene un nuevo aliado. Una empresa de la madre patria se dio a la tarea de producir rollos de papel higiénico con fragmentos de obras clásicas, teatro, poesía así como de textos sagrados del Budismo y la misma Biblia.

En mi caso, las interrogantes respecto a lo práctico de esta nueva modalidad de lectura de baño son considerables:

¿Es de buena calidad la tinta utilizada para este menester o corremos el riesgo que se quede impreso un salmo de nalga a nalga?
Sería terrible llegar al baño y darse cuenta que el capítulo en el que te quedaste fue utilizado por la tía Amparito y lo ha dejado prácticamente ininteligible.
O de plano sustituyas el libro por el papel de baño, ya que por lo menos en los viajes resulta una joyita.
No faltará aquel, decida impregnar una raja de canela en su ropa interior antes que utilizar, el cuadrito de papel con la frase célebre que le cambió la vida durante una placentera evacuación.

Como los fragmentos que imprime la empresa productora del ingeniosillo papel son clásicos de dominio público, no necesitan pagar derechos de autor. Así que podrían servir como soporte de lanzamiento para nuevos escritores. Solo los buenos podrían sobrevivir entre tanta mierda.

Quizá la siguiente modalidad de este blog, sea en rollo ultra resistente y con olor a manzanilla.

lunes, 28 de abril de 2008

Alucinaciones por fiebre de heno

Hoy me siento muy, pero muy mal. Definitivamente los treinta caen durisimo. Los contrastes entre la época de primera juventud y esta de “realización” dejan mucho que desear. Por ejemplo: Antes los números de marcado rápido en mi celular eran los de mis amigos. Ahora son los de mi otorrino, alergólogo y dentista.

Amanecí con alergia. Ojos rojos, un torrente de fluido nasal transparente e incontrolable y estornudos “en salva”, mi record han sido once de un jalón.

¿A qué soy alérgica? Aun no lo sé, pues la prueba incluye millones de reactivos que van del polvo al polen y del trabajo a los pendejos.

Es increíble, toda mi vida presumí de ser muy fuerte; nunca he estado en un quirófano y mi enfermedad más rara fue una escarlatina tropical que me permitió 40 días de vacaciones, aislada de hermanos y escuela, que fueron una delicia a los 8 años.

Soy una hipersensible de toda la vida, pero nunca había sido tan literal como en esta temporada primaveral. Sufro alucinaciones parecidas a la de los trabajadores de las plantaciones de principios de siglo. Los campesinos se veían expuestos a una gran cantidad de pólenes en la época de recolección. Sumado a que sus condiciones de vida y alimentación no eran las mejores estos catarros se convertían en una de las causas de muerte más frecuentes.

Afortunadamente, nací en la era del confort, practico atletismo y como bien. La situación es que me sigo sientiendo de la fregada, a pesar de los chochos, remedios caseros y consejos sobre mudarme a una ciudad con menos radicales libres.

¿Qué me está pasando? Mi única respuesta a este bioterrorismo es la posible exposición al peor alérgeno cotidiano: La estupidez humana. Mi sistema inmunológico esta roto. La picazón de la nariz es muy intensa, remedos de estornudo, aparecen uno tras otro sin interrupción. Sin embargo, se que sobreviviré a esta rinitis alérgica como le llama mi otorrinolaringólogo. Pero me parece más poético confesar que mi vista nublada y la explosión nasal son provocadas por un catarro de rosas o fiebre de heno.

No me fue tan bien en la carrera pues entré en 28´ 16”. Casi un minuto más de mi mejor tiempo en cinco mil metros. Pero la experiencia de correr en la pista del hipódromo fue muy divertida, aunque no mejoré tiempo, llegué en 11 lugar de mi categoría.